Ecologistas en Acción considera prioritario remodelar las calzadas que, actuando como verdaderas autopistas en el interior de las ciudades, fracturan el territorio e impiden avanzar hacia entornos urbanos con menos impactos ambientales y una mayor calidad de vida. En la víspera del comienzo de la Semana Europea de la Movilidad, la organización enumera algunos de los principios básicos que deberían regir las políticas de movilidad y urbanismo para adaptarse a los retos presentes y futuros
Las políticas que durante más de 50 años se han aplicado en nuestras áreas metropolitanas en materia de transporte y urbanismo han dado lugar al modelo urbano actual. Un patrón que ha ordenado el territorio en función de las lógicas mercantiles y financieras que el modelo de producción y consumo iba requiriendo en cada momento. Uno de sus aspectos más visibles fue la introducción masiva del automóvil y el rediseño urbano que se llevó a cabo para darle cabida, permitiendo el aumento constante del número de automóviles que circulaban por nuestras ciudades.
De aquellos ensanchamientos de calles y de la eliminación de sus correspondientes “obstáculos» (tranvías, bulevares, árboles) vienen estas autopistas urbanas que podemos encontrar en cualquier ciudad del Estado español. Estas vías suponen una auténtica barrera metropolitana que fractura y divide barrios enteros: el elevado número de coches que las recorren y la alta velocidad permitida hacen que resulten muy difíciles de atravesar –en determinados tramos resulta prácticamente imposible– e impiden la conexión y permeabilidad entre ambos lados.
La existencia de estas vías incrementa los problemas de salud de las personas que residen cerca por los elevados niveles de ruido y contaminación del aire. Asimismo, al ser el canal de entrada para miles de coches a la ciudad, dificultan la necesaria tarea de reducir el número de coches que circulan por nuestras urbes y disminuir su velocidad.
Aplicando medidas en las que el espacio urbano conquistado por el automóvil se devuelva a las personas, a las bicicletas y a los autobuses, podremos hacer de nuestras ciudades lugares más habitables y preparados para los retos en los que estamos inmersos. El primero de ellos, el cambio climático: si no se reducen las emisiones provocadas por los automóviles, no podremos evitar que la temperatura media global se incremente por encima de los 1,5 ºC.
Por otro lado, el agotamiento del petróleo, en ciernes desde 2006, origina que la economía basada en el aumento constante del consumo de petróleo y la progresiva expansión de las ciudades impulsada por coches que se desplazan desde distancias cada vez mayores ya no resulte viable a medio plazo. En definitiva, sobran razones para trabajar porque nuestras ciudades sean menos dependientes del automóvil. Esto pasa, entre otras cuestiones, por eliminar las autopistas urbanas, vestigio de unas políticas de movilidad y urbanismo obsoletas.